La crisis hace aflorar diferencias entre el presidente francés y su primer ministro, mientras diputados de su partido amagan con formar un grupo disidente
El presidente francés, Emmanuel Macron, quiere reinventarse con la crisis del coronavirus, pero el nuevo mundo se parece en muchos aspectos al antiguo. La popularidad del mandatario no despega, pese a un breve repunte durante el confinamiento, y la desconfianza en el poder, que afloró en la revuelta de los chalecos amarillos o las protestas contra la reforma de las pensiones, se consolida. La crisis ha hecho aflorar las diferencias de Macron con el primer ministro, Édouard Philippe, mientras un grupo de diputados de centroizquierda, integrados hasta ahora en la mayoría presidencial, amaga con formar un grupo parlamentario disidente.
La fecha ha pasado casi desapercibida: el 14 de mayo se cumplen tres años de la investidura de Macron como presidente de la República. El joven dirigente llegaba con un mensaje europeísta y liberal, dispuesto a deshacer los viejos corsés de la partitocracia y el estatalismo. Durante casi tres años, metódicamente y sin los titubeos de sus antecesores, puso en marcha el programa: reforma laboral, reforma de los ferrocarriles, reforma del seguro de paro, reforma de las pensiones... Otra época, otro mundo.
La desescalada, después de dos meses de confinamiento, es un experimento lleno de riesgos para los gobernantes. Sanitarios y también políticos. Macron afronta el trance con la tranquilidad de saber que le quedan dos años de mandato —el presidente es inamovible— y que en la oposición no se dibuja una alternancia clara. La pandemia ha barrido con todo. En marzo el presidente suspendió la reforma de las pensiones, que había encendido la calle en diciembre y enero. En abril declaró: "Sepamos salir de los caminos trillados, de las ideologías: reinventarnos. Y yo el primero".
No será fácil. Las inercias de la política francesa son resistentes. Es cierto que el confinamiento en marzo y abril propició un raro episodio de unión sagrada, el cierre de filas ante una amenaza. Pero estos momentos no suelen perdurar. La popularidad de Macron subió, sí, pero nunca alcanzó el 50% y el llamado efecto bandera —el aumento de apoyos para el líder en tiempo de guerra— fue inferior a otros países. En paralelo, la falta de anticipación o los mensajes confusos sobre el uso de mascarillas erosionaban la confianza en las autoridades. La Corte de Justicia de la República, encargada de juzgar a miembros del Gobierno por actos delictivos o criminales, ha recibido ya 63 denuncias por la mala gestión y su impacto en la salud de las víctimas de la covid-19, según ha explicado el fiscal general François Moulins a la emisora RTL.
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