La catástrofe no es ajena a la historia de la ciudad, pero la crisis del coronavirus, a diferencia de otras, ha vaciado sus calles pletóricas
El primer caso se detectó a principios de marzo, en un suburbio al norte
de la ciudad. Tres semanas después, Nueva York contabilizaba la mitad
de los casos de coronavirus de Estados Unidos y cerca del 5% del total a
escala global. Se tardó en tomar la decisión, pero por fin, a mediados
de la semana pasada, el gobernador del Estado, Andrew Cuomo, decretó el confinamiento de la población, efectivo a partir del domingo al anochecer. Nueva York se adentraba así en territorio desconocido.
El confinamiento al que desde entonces está sometida la ciudad no es
distinto del que se ha impuesto en otras partes del mundo, pero lo que
hace de Nueva York un caso especial es que muchos sienten la ciudad como
un lugar que trasciende sus límites, como si lo que ocurre allí nos
afectara de algún modo a todos. Los sentimientos dominantes son los
mismos que en otros lugares: impotencia, pánico y la sensación de que
cuando esto pase, las cosas habrán cambiado para siempre. A escala
nacional, frustración ante la falta de visión y liderazgo demostrados
por la Casa Blanca y las autoridades federales.
La palabra más adecuada para designar lo que sucede es catástrofe,
término que en modo alguno es ajeno a la historia de la ciudad, jalonada
de desastres de gran envergadura: accidentes aéreos, incendios que
arrasaron barrios enteros, apagones de proporciones míticas, huracanes
que causaron una devastación indecible. De todas estas catástrofes, la
que dejó una huella más profunda fue el ataque terrorista perpetrado
contra el World Trade Center el 11 de septiembre de 2001. Millones de
personas de todos los rincones del planeta contemplaron en directo la
tragedia por televisión, sintiendo en carne propia la vulnerabilidad de
la ciudad herida. De aquel nódulo de extraño dolor surgieron
sentimientos que persisten hoy. Lo que ocurrió entonces es muy distinto
de lo que está empezando a suceder ahora, salvo en la manera de
interiorizar la tragedia. Cuando cayeron las Torres Gemelas, el sur de
Manhattan recordaba la devastación de una zona de guerra. La herida se
extendió a los cinco condados, que parecían escapar así de las
coordenadas normales del espacio y del tiempo. Entonces la ciudad se paralizó, pero lo hizo de una manera muy distinta a como lo ha hecho ahora.
martes, 24 de marzo de 2020
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La zona cero de un "nuevo 11-S": Nueva York se prepara para lo peor
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